Érase una vez, un paisito que miraba con distancia por la ventana al mundo con pandemia por Covid-19. Pero hace un año, dejamos de verlo así, y comenzamos a vivirlo.
Parece lejano pero el Uruguay se quedó en casa, las calles estaban desoladas, como los salones de clase, los clubes deportivos, las canchas, y así podemos hacer una enumeración de grandes cambios que hemos transitado hasta la fecha. El ser humano queda impactado frente a las grandes noticias que implican cambios en la continuidad de vida, lo nuevo, lo desconocido; esto que es generador de respuestas a nivel emocional, intelectual y comportamental. Fueron surgiendo emociones reactivas en un proceso. Fue brotando el shock inicial, la acomodación y el agotamiento a la continuidad de las medidas tomadas para enfrentar la crisis de la pandemia.
Comenzaron una serie de cambios, y algunos continúan. Podemos preguntarnos con cierto humor: “¿te acordás cuando íbamos a bailar, o a la cancha? ¿Cuando nos saludábamos con un beso?”.
Las salidas, las pasiones por un deporte, un espectáculo musical, de arte o de otra índole, tienen su connotación positiva, cuando se comparte con un otro, también al hacerse solo. En el caso que sea social, está el disfrute del encuentro, de asistir, compartir con la familia o amigos, de la salida grupal, para sentarse juntos y comentar el espectáculo. Las personas necesitan compartir sus emociones, las alegrías del momento, nervios, ansiedades, preocupaciones, disfrutes, etc., generadas por ese instante, donde hay presencia compartida, vivida.
¿Qué pasó con los festejos?
De cumpleaños en salones de fiesta en el caso de los niños, los peloteros, las canchas, las quinceañeras, los casamientos… Hasta los velorios tuvieron cambios. Así fueron surgiendo festejos virtuales, luego los cumpleaños de varios días, “por burbujas” por grupos de personas.
En el 2020-21, hubo que reinventarse, cuidarse, pero no hay que dejar de tener esas vivencias, las que generan un encuentro entre seres humanos, que se unen por el motivo que sea; tenemos que atender y cuidar también la salud mental y emocional.
Por otro lado, las pérdidas de trabajo, los seguros de paro, despidos, implicaron otros sentimientos de ansiedad e incertidumbre con respecto al futuro, como así también preocupaciones a nivel familiar y social. Cada persona lo enfrentó o enfrenta según sus recursos, redes sociales, familiares de contención que posea.
La situación de autoconfinamiento a causa de la pandemia de COVID-19, generó diversas situaciones que pueden considerarse de riesgo, pero también permitió, a algunas personas, desarrollar nuevas habilidades personales e interpersonales. La distancia que se recomendó es física, no social, es necesario y saludable para la salud mental y emocional profundizar los contactos sociales.
Determinadas tensiones y conflictos familiares, previos a las pandemias, se agudizaron, como el maltrato y violencia doméstica. Muchas familias quedaron sin la contención social, médica y psicológica que representaba un espacio de sostén para la realidad sufriente diaria. Hablar de sus realidades a través de la modalidad virtual no es posible cuando no cuentan con la privacidad necesaria para el relato de sus situaciones de violencia. Estas vulnerabilidades son prioritarias para que reciban contención en el contexto actual social.
Frente a las crisis, lo que planteamos, es que es necesario a nivel individual y social buscar recursos de afrontamiento, para poder vivirlas, transitarlas, y así poder acomodarse a las mismas. Cabe destacar las acciones solidarias, de las ollas populares, las ideas creativas de nuevos trabajos independientes, las ayudas a los adultos mayores de los vecinos en los mandados, etc. Podemos ver la capacidad del ser humano, de nuestro país, de resurgir como el Ave Fénix, pero para aquellos que no lo han podido hacer, otros pueden darle el apoyo afectivo, de escucha, de contención, y de derivación profesional psicológica.
Hay ciertos síntomas que si se presentan, requieren ser atendidos, como sentir que no vale la pena vivir, sentirse con desesperanza, no disfrutar de lo que se hace, pensar que lo que se está viviendo no tiene solución, perder interés por el trabajo, por los estudios, por las actividades habituales, distanciarse de los seres queridos (de cualquier forma de comunicación), afectación en el sueño, como las dificultades para el dormir, en mantener el sueño o dormir en forma excesiva. Si ocurre algo de lo mencionado, se puede estar frente a una depresión y es necesario pedir ayuda adecuada, con profesionales de la salud mental, psicólogo y psiquiatra. Si es un familiar o conocido quien lo presenta, hay que facilitar la comunicación y expresión de los sentimientos, sugerir que pida ayuda profesional. No hay que ignorar o no tomar en serio este tipo de situaciones, no hay que hacer juicios de valor.
En el caso de las personas con diabetes, algunas vieron la oportunidad para el autocuidado. Ya no veían como excusa que no podían comer sano, al estar en la casa, comenzaron a cocinar productos saludables. Otros realizaron actividad física a través de profesores virtuales. Ya no existía el “me olvidé” o el “no pude darme la insulina”. Esto es señal que se puede ver y buscar lo “bueno” dentro de lo “malo”. De las “crisis” surgen aprendizajes, otras formas de valorar los vínculos, de añorar lo no tangible como los abrazos y el saludo mediante un beso.
Todos los profesionales de la salud podemos estimular a que las personas potencien sus recursos de afrontamiento y sus fortalezas. Las fortalezas son talentos, virtudes, actitudes que todos poseemos en distinto grado, que aumentan nuestro bienestar y nos hacen capaces de superar las naturales y esperables adversidades que tiene la vida. En sencillas palabras, son cosas que se nos dan naturalmente y al hacerlas nos hace bien (Castro Solano, 2010).
La utilización diaria y consciente de nuestras fortalezas promueve el bienestar personal. Además:
Mejora nuestra autoestima.
Aumenta nuestra autoeficacia.
Mejora nuestro relacionamiento.
Se activa un ciclo de retroalimentación positiva
Como recurso positivo se considera la importancia de la plasticidad, de la capacidad de acomodarse a lo imprevisto, y la flexibilidad. Aunque algunos puedan considerar que no pueden desarrollarla, es una característica propia de los seres vivos.
La flexibilidad:
Es clave en la supervivencia y la adaptación.
Se relaciona fuertemente con:
Apertura a la experiencia
Curiosidad
Aprendizaje
Extroversión
Otro aporte interesante, es lo que se plantea desde La Inteligencia Emocional, donde nos podemos conectar y observar, con el Pensar y el Sentir. Un abordaje saludable es poder Percibir, Comprender, Utilizar y Manejar las Emociones, o sea no es solo lo que sentimos, lo que nos afecta en nuestras vidas, si no qué hacemos con ello. El cuadro siguiente puede ser de guía a lo que estamos describiendo.
Ej.: si Ud. está triste, lo Percibe, lo Comprende, lo Utiliza (hablando, caminando, pintando, etc.,) lo Maneja (con esas acciones controla la intensidad y duración), con esas acciones, tiene un buen manejo de su tristeza.
En este artículo intentamos describir parte de lo vivido, hablar de las emociones que surgen frente a los cambios, y dar un mensaje de esperanza, y que se puede superar momentos de desestabilización.
Esta historia continúa, la estamos construyendo, escribiendo, viviendo, aprendiendo, pero sobre todo como especie humana adaptándonos a los cambios, con recursos propios de sobrevivencia, con recursos personales, genéticos, adquiridos, familiares, sociales, con acciones propias, también pidiendo y brindando ayuda.
Para finalizar, repito esta frase, ya la expuse en un artículo del año pasado, pero sigue vigente “No hay nada en el mundo capaz de ayudarnos a sobrevivir, aun en las peores condiciones, como el hecho de saber que la vida tiene sentido”. “Los más aptos para la supervivencia son aquellos que saben que les espera una tarea por realizar” (V. Frank)